En 1990, el rapero consiguió un boom extraordinario con su canción U Can´t Touch This. Una personalidad arrolladora, bailes atractivos y unos pantalones estrafalarios con una historia particular detrás. Vendió más de 18 millones de álbumes. Pero la gloria duró poco. Cinco años después había quebrado con sus gastos exorbitantes y sus excentricidades
¡Hammer Time! Eso cantaba. Más de allá del gesto petulante, razón no le faltaba. Ese fue el tiempo de Hammer, de M.C. Hammer. Fue un tiempo breve, pero fructífero (para él) e intenso.
A principios de los noventa, el rapero parecía imparable. Pasó de ser casi un completo desconocido a vender más de 18 millones de copias de su álbum Please Hammer Don’t Hurt Em. Era el exponente de un género poco explorado aún que mezclaba el pop con el rap. La ligereza de uno y la velocidad del otro. Eran tiempos en los que la imagen importaba y él traía algo novedoso e impactante.
Los especialistas no lo tomaban en serio, sus colegas lo detestaban pero a Hammer no le importaba nada más que su propio y arrasador éxito. Desde tan arriba se escucha poco (o nada). U Can´t Touch This. Una canción pegadiza, bailes frenéticos y precisos, un video colorido, la necesidad de meter al rap en lo mainstream y la actitud desprejuiciada de Hammer hicieron posible el fenómeno. Llovieron los millones sobre el músico y la discográfica. Pareció que los dólares no dejarían de llegar nunca. O al menos eso creyó Hammer. Cinco años después de su éxito el cantante se declaró en bancarrota. Había perdido alrededor de 50 millones de dólares. Esta es la historia de un ascenso veloz y de una caída ultrasónica. MC Hammer desapareció antes de que la gente pudiera llegar a notar su ausencia.
Stanley Kirk Burrell nació en California en 1962. Tomó su nombre artístico de su paso por el béisbol. El dueño de los Athletics de Oakland quedó deslumbrado con la habilidad y el desparpajo de un chico de 11 años que se presentó en un concurso de baile. La simpatía mutó en compasión cuando supo que tenía otros siete hermanos y un padre ausente y ludópata. Le ofreció un lugar en su equipo. Stanley se animó a pedirle también trabajo para su hermano menor. Así fue como los dos Burrell, en los momentos en que no iban al colegio, acompañaban al equipo de las Grandes Ligas de su ciudad. El otro era el chico que le alcanzaba los bates a los jugadores. Stanley tenía otro misión. En tiempos sin internet y con televisación sólo para partidos importantes, parado al lado de un teléfono hacía un reporte jugada por jugada, lanzamiento por lanzamiento del partido al dueño de la franquicia cada vez que éste no podía ir al estadio. Fue en esa época que una leyenda del béisbol, Reggie Jackson le puso el apodo con el que sería conocido. Le dijo que era como un mini Hank Aaron -otra leyenda del juego, uno de los 5 grandes de la historia-, que su cara era igual al del ídolo. Así que lo llamó Hammer, el mismo apodo que ostentaba Aaron. Desde ese momento, Stanley pasó a ser conocido como Hammer.
Intentó ser jugador profesional pero no lo consiguió. Entonces se dedicó a la música. Empezó a golpear puertas de discográficas pero nadie le prestó demasiada atención. Eran los ochenta y todos querían triunfar en el mundo del pop. Todos querían ser el próximo Michael Jackson. Él grabó, como pudo, su primer disco. Con financiación de dos jugadores profesionales de béisbol puso una pequeña discográfica. De ese primer álbum casero logró vender 60.000 copias. Una pequeña proeza. Todo lo hacía a pulmón, no tenía distribución en grandes cadenas ni en otras ciudades. La mayoría de esas copias las vendió él mismo en su garage o desde su auto. Un ejecutivo de Capitol escuchó del fenómeno y fue a verlo en una de las fiestas que animaba. Quedó deslumbrado con el carisma y la energía del joven M.C.Hammer. Recibió un anticipo de un millón setecientos mil dólares. Una apuesta arriesgada. Lo que pudo haber sido un acuerdo descabellado se convirtió en muy pocos meses en un negocio extraordinario para la discográfica. Reeditaron el primer disco con algunos temas nuevos, mejora en el sonido y otro título: Let’s Get It Started. Casi sin promoción, vendió dos millones de unidades. Dos años después, en febrero de 1990, salió Please Hammer Don’t Hurt Em que desató el inesperado tsunami Hammer.
U Can´t Touch This ni siquiera apareció como single. Pero esa decisión que podía haber matado la carrera comercial de una canción en ese tiempo, fue una de las causas del boom. El público, al escucharla en las radios -que no dejaban de pasarla- y de ver el video en MTV, corría a comprar el disco. Así llegó a convertirse en el primer disco de rap (si lo fuera) en obtener el disco de diamante. En su desenfrenada carrera comercial de esos meses de 1990 vendió casi dos decenas de millones de álbumes.
El video fue también una pieza fundamental en la construcción del fenómeno. Los colores chillones de la ropa, las coreografías pegajosas y vivaces, la expresividad de MC Hammer.
Si la letra era bobalicona y la música un sampler extendido de la línea de bajo de Super Freak de Rick James mechado con un coro machacante que insistía con el ooh ooh, el baile de Hammer tenía algo hipnótico. Atlético, potente (tenía algo de martillo neumático) grácil y hasta novedoso. El histrionismo exagerado del cantante, su simpatía. Y, por supuesto, los pantalones: U Can´t Touch This impuso también una moda.
Mucho tiempo después, Hammer explicó que hacía muchos años que usaba pantalones amplios. Había descubierto que le facilitaban los movimientos y que por otro lado provocaban un efecto visual interesante, la tela se movía con independencia del cuerpo, duplicaba los pasos.
Al año siguiente salió un nuevo disco. Había que aprovechar el boom. El video de Too Legit To Quit fue otro fenómeno. En este caso ya no había sorpresa en el baile, ni en la personalidad extrovertida del protagonista. De 16 minutos de duración, copiando las piezas cinematográficas que realizaban los grandes jugadores de la industria en esos tiempos, el video tiene una cantidad delirante de cameos.
Se calcula que en el primer lustro de los noventa MC Hammer recaudó más de 35 millones de dólares. Pero menos de cinco años después de su explosión, quebró. La justicia declaró su bancarrota. Ya nada le quedaba. O peor aún: tenía deudas por 15 millones de dólares. Una de las caídas más abruptas de la historia de la música. La mansión fue rematada en 6 millones de dólares, cinco veces menos de lo que él gastó. Cada auto, cada caballo, cada bien suntuoso fue rematado.